Seguimos con el viaje:
Tras nuestra última noche en Lublin, donde ya habíamos adquirido con anterioridad los billetes del autobús que nos llevaría a Lviv, nos dirigimos a la estación con tiempo, para no ir pegados y buscar el andén correcto y esas cosas. Al rato de estar allí, apareció un cascarón con ruedas con un cartelito en la luna que rezaba: Lublin-Lwow (Esto es Lviv escrito en polaco).
El conductor, un hombre mayor con una cara de lo más simpática, cogió nuestros billetes para comprobarlos y... ¡sorpresa! otra vez la teníamos liada. El día antes le escribimos a la señora de la taquilla con pelos y señales el origen, destino y fecha del viaje, pero la muy fenómena nos dio los billetes para tres días después. Así que, el buen hombre se dirigió con nosotros a la taquilla, y cuando se puso a negociar con la taquillera, nos hizo un gesto para que saliéramos de allí. No sé cómo se las gobernó, pero cambió nuestros billetes sin suplemento ni nada parecido. El buen hombre, Vitali (no sabemos su nombre, así que cogimos uno ruso random) usaba su palanca para abrir los maleteros, para apoyarse, para mover cosas, vamos lo que viene siendo una auténtica herramienta multiuso. En las escaleras del bus había también una caja de herramientas llena de cachivaches oxidados, casi tanto como la chapa que se veía debajo de los desconchones de la pintura. Una señora mayor nos decía que tenía tres botellas de vodka, que si queríamos echar unos chupitos con ella. Vitali era un conductor hábil, pero un tanto despistado, tanto que tuvimos un par de sustos, uno de los cuales nos rescató de las garras de Morfeo, despertándonos con un sobresalto al notar el frenazo que tuvo que dar para no comerse un coche que esperaba para girar. Conforme avanzaban las horas de viaje en aquella máquina soviet, nos acercábamos a la frontera, y nuestros temores se acrecentaban un poco, porque aunque teníamos todo en regla, las historias de sobornos, pasaportes que desaparecen y cosas así que todos hemos leído, se hacían presentes en nuestros comentarios.
El caso es que llegamos a la frontera en sí, donde un militar polaco subió, pidió nuestros pasaportes, les echó un ojo y se los llevó. Al rato, volvió Vitali con ellos en la mano, y cruzamos la parte polaca de la frontera. Unos metros después, nos volvimos a detener, y entraron entonces los militares ucranianos con el mismo procedimiento, salvo que esta vez, la señora que nos pidió la documentación decidió entablar una conversación en inglés con el Sevi y conmigo, que íbamos sentados juntos, la cual paso a relatar:
¿Qué os trae a Ucrania?
-Turismo
¿Cuánto tiempo vais a estar?
-5 días
¿Dónde vais a estar?
-En Lviv y luego en Kiev
¿Dónde?
-Kiev
¿Dónde?
-Kiev
¿Dónde? (Aquí ya nos costaba no descojonarnos en la cara de la señora, pero el temor a que subiese Dimitri con un AK47 en las manos todavía era patente)
- A Kiev, la capital del país
Aaaaaaah, Kyiv (y es que así se transcribe del cirílico y se pronuncia en ucraniano)
Un ratito parados, pasaportes de vuelta con un sello (por fin, pensé que jamás lo estrenaría, y es ya el segundo que tengo) y alguna pregunta a otras personas de nuestro grupo para corroborar nuestra información. Conforme avanzábamos por la carretera y veíamos pueblos de mala muerte, naves y mucho hormigón y uralita pensábamos ¿dónde cojones nos hemos metido?. Casi llegando a Lviv, Vitali nos preguntó a dónde íbamos y nos dejó lo más cerca que pudo de nuestro hostel, al que llegamos en menos de 10 minutos andando. La ciudad nos sorprendía a cada paso que dábamos, del hormigón y los bloques de viviendas sociales del extrarradio pasábamos a una ciudad de estilo moderno, con edificios de principios del siglo XX de lo más coquetos, perfectamente restaurados y calles espaciosas con comercios, buena iluminación (toma nota, Kaunas) y gente.
Nuestro hostel estaba en uno de estos edificios que os digo, el típico en el centro de una ciudad española en el cual en una vivienda se han dividido las dependencias para poner consultas de médicos privados, despachos de abogados o gestorías, uno de estos pisos de techos altos y habitaciones grandísimas. La recepcionsta era muy simpática y muy guapa, todo sea dicho. Y es que, tras nuestra visita a Polonia, donde quedamos un poco decepcionados con el tema de belleza femenina, puedo afirmar que las ucranianas pelean con uñas y dientes el escalón más alto del podio de chicas guapas a las lituanas.
Lviv será sede de la Eurocopa, por lo tanto, la ciudad como ya decía, ha sufrido un lavado de cara. Tiene un par de avenidas muy bonitas llenas de edificios preciosos, una Ópera impresionante y un cementerio (sí, un cementerio, no es que seamos unos frikis, si no que lo recomiendan en las guías de viaje) impresionante. También tiene vida nocturna, y es que no podíamos irnos de Ucrania sin ir a una discoteca en fin de semana (ya que en Kiev estaríamos a princpios de la siguiente) Después de comer en un restaurante pijísimo en el cual había un menú del día barato, el cual no estaba disponible porque era tarde y comimos a la carta igualmente barato en un sitio en el que te ponían el abrigo al irte, fuimos a la estación del tren a por nuestro billete para Kiev. Todo fue muy sencillo, escribiendo la chica nos entendió y nos dio nuestros billetes con la fecha correcta, sin descuento porque en Ucrania el ISIC no funciona, y a la hora correcta, las 6 de la mañana. Nos pareció demasiado fácil, así que decidimos llegar a la estación un poco antes con la colaboración de la recepcionista que nos llamó unos taxis y todo, pese a que la hicimos levantarse, qué encanto de chica.
Tras jugarnos la vida en los taxis ucranianos, que menos mal que no eran Ladas (el coche soviet por excelencia, que también se puede encontrar a patadas en Cuba) llegamos a la estación. Cogimos nuestro tren, y en 6 horas llegaríamos a Kiev. La verdad es que este viaje fue de los mejores: sin fallos, un tren relativamente nuevo y casi todo el viaje durmiendo. Una vez en la capital, al salir de la estación, nos dirigimos al metro. Bueno, os cuento algo para situaros. La moneda de Ucrania es el Gryvna (para nostros Grifa, Chisme o Unidad Monetaria Random) cuyo valor es de 10 céntimos de €uro aproximadamente. El metro valía 2 chismes que cambiabas por una ficha como la de los coches de choque, la cual introducías en el torno al entrar y ya te podías pasar allí todo el día. Una ciudad como Kiev, con un censo de 3 millones de habitantes, pero donde realmente viven cerca de 5 es una locura a la hora de los transportes. Gente corriendo, escaleras interminables (la parada de metro más profunda está a 100m bajo el nivel de la calle) Tras un par de transbordos llegamos a la calle de nuestro hostel, al lado del estadio Olímpico de Kiev (sede de la final de la Euro) Allí nos establecimos en un hostel que estaba bastante bien, pero el chaval de recepción era un tanto gilipollas, que hay que decirlo todo. Una vez duchados y nuestros bártulos en su sitio, nos dimos nuestro primer paseo por la ciudad. Como era domingo, la avenida principal de la ciudad estaba cortada al tráfico, y habia muchísima gente paseando por ella. Está flanqueada por edificios faraónicos en el estilo arquitectónico favorito de Stalin (no, no es el hormigón y la uralita, eso era sólo para las casas de la gente) y es digna de ver. Para mi gusto, esta ciudad no tiene nada que envidiarle a otras grandes urbes europeas, si no que es bastante occidental y muy bonita. También se nota el dinero que proviene del gas, ya que el parque automovilístico de la ciudad es flipante: Mercedes clase G y S por doquier, Acura, Lexus, Infiniti...
Si bien Polonia era ligeramente más barato que España, Ucrania es más o menos igual. Lo que ahorras en transportes y ciertos servicios, lo notas en el carro de la compra. La mayoría de cosas tienen que importarlas, y eso se paga.
Para esta ciudad seguimos una guía de cómo ver Kiev en 3 días que Jose encontró en la red. Bueno, un poco a nuestro ritmo y perdiendo bastante tiempo en la embajada de Bielorrusia, ya que necesitábamos el visado de tránsito para no tener que volver por Polonia, lo que aumentaba considerablemente la duración del viaje. Para todo esto de la embajada, fuimos primero a la española para que nos dijeran dónde estaba la de Bielorrusia, ya que en google fuimos incapaces de encontrarla. A medida que pasaba el tiempo, nos íbamos acostumbrando al alfabeto cilíndrico (gracias Marta :P) y podíamos descifrar algunos carteles, pero otros no había manera, y es que en palabras de José Mota, eso no son letras, son gente asomada, árboles y asientos. El caso es que nos dividimos en dos grupos para buscar la embajada en una manzana enorme, con lo cual uno de los dos equipos no tuvo éxito, y cuando fuimos a reunirnos con el otro grupo en la embajada bielorrusa, al ir a abrir la puerta, un policía me dijo que no, que le siguiese. El tipo comenzó a andar hacia un callejón de lo más sospechoso, y nosotros le seguíamos a una distancia prudencial temiendo que quisiera hacer revisión de carteras o algo parecido, y nos metió a un sótano donde ya nos veíamos contra la pared y con dos balas en el cráneo, pero no, allí estaban el resto rellenando papelorios. La gente de la embajada fue muy maja, pero por más que preguntamos no nos supieron o quisieron decir por cuánto nos saldría la broma, y que teníamos que volver al día siguiente a que nos dieran el visado, que ésto sólo era una instancia. Aprovechamos el resto del día visitando catedrales e iglesias, que en esta zona hay para hartarse, cada cual más bonita que la anterior: San Andrés, Santa Sofía, San Vladimir, incluso entramos en algunas mientras estaban dando misa ortodoxa. El ambiente es muy solemne, las chicas con el pelo tapado, encendiendo velitas cuya luz les iluminaba el rostro y las hacía parecer aún más guapas.
Al día siguiente, antes de ir a por nuestros papeles, necesitábamos los billetes del tren para certificar qué haríamos en la Rusia blanca, así que para la estación que tiramos. Nos hicimos entender con unos post-it traducidos de internet, un mapa escrito en cirílico y la buena fe de la taquillera. Los billetes eran Kiev-Minsk y unas horas más tarde Minsk-Vilnius.
Después, visitamos el santuario de las cuevas, a las cuales no pudisos acceder y la estatua de la Madre Patria, una construcción mastodóntica de más de 100m de altura en cuya base hay un museo de la IIGM muy interesante, al menos para mí. Así empleamos la mañana, y por la tarde a la embajada a completar los papeleos. Tras un rato de cola, un hombre con pinta de haber pertenecido al KGB y con toda la dentadura de oro, nos dejó pasar a unos pocos a las dependencias de la embajada. Una vez allí, tocaba rellenar más papeles y pagar un auténtico dineral para poder estar 48 horas en el país, pero bueno, no había otra opción (si la había pero no la contemplábamos) así que, dicho y hecho, se pagó y por la tarde recogimos el pasaporte con una pegatina electrónica que nos dejaba entrar y salir de Bielorrusia libremente. El último día en Kiev lo invertimos en realizar un free tour por la ciudad, donde nuestra guía, Ludmila, nos contaba historias y curiosidades acerca de los monumentos, edificios y la ciudad en sí (si no, de dónde creéis que he sacado los datos) Por la noche, tras prepararnos un picnic y demás, tomamos el tren con destino Minsk, esta vez era un coche-cama, otra vez separados en dos grupos de 4 en habitáculos contiguos.
El viaje en tren comenzó bien, ya que después de cenar fuimos durmiéndonos poco a poco hasta que se paró el tren, nos despertaron y las autoridades ucranianas nos pidieron la documentación, todo en regla y en marcha otra vez. Una hora más tarde, les tocó el turno a los bielorrusos, aquí es donde más preocupación teníamos, ya que otra vez volvían a nuestra mente las cosas que habíamos leído, oído, etc, pero nada de lo que preocuparnos realmente, porque todo estaba en regla. Pasada otra hora, paramos otra vez, sin saber por qué, pero volvieron a entrar militares y volvieron a echarle un ojo a todos los papeles.
Una vez en Minsk, sacamos algo de dinero, esta vez rublos bielorrusos, con un cambio escandalosísimo, si ya con la Gryvna manejábamos fajos insultantes de billetes, con esta moneda era de risa: 1 €uro son 10000 chismes de estos...
Minsk es el prototipo perfecto de ciudad comunista. Nada más bajar de la estación están las puertas de la ciudad, dos edificios presididos por torres, un reloj en la izquierda, y el emblema del país en la derecha, con la hoz y el martillo más grandes que he visto en mi vida. En esta ciudad les va el turismo barato, todo lleno de hoteles de una estrella (chiste malo :P) Como decía, la arquitectura de la ciudad es muy soviet: avenidas anchísimas, de 8 carriles, aceras de 30 metros de ancho, edificios altos y construcciones civiles de dimensiones faraónicas, según nos explicaron, para recordar al ciudadano su insignificancia ante la maquinaria comunista (suena a cachondeo pero es así) Para comer, para no perder la costumbre, fuimos a un McDonald's que son bastante más baratos que en España, pero si ves la factura te asustas cuando un McMenú completo vale 40000 unidades monetarias, ni que hubieras comprado acciones del restaurante. Dando vueltas por allí, con la sensación de seguridad que aportaba la fuerte presencia policial y militar en toda la ciudad, pasaron las horas hasta que se hizo la hora de volver a casa. El último tren, con destino Vilnius ya nos parecía un cachondeo, tiene huevos que nos volviésemos a sentir seguros en uno de los países más inseguros de la UE, pero así son las cosas y así somos nosotros, que nos enorgullecemos de volver a "entender" los carteles, incluso los militares de la frontera nos parecía que iban de buen rollo, y nos sonreían cuando les dábamos las gracias (Aciu) al devolvernos nuestro pasaporte.
De Vilnius a Kaunas en autobús, pensando seriamente si ir a Barbara's porque era jueves, plan que no cuajó porque estábamos reventadísimos. Por lo menos a las chiquillas del asiento de al lado les alegramos el viaje diciendo gilipolleces acerca de los nombres de las calles de nuestra querida Kaunas según nos acercábamos.
Y así amigos, concluye nuestra andadura por la Europa más del este todavía, espero que os haya gustado la mitad que a mí el poder escribirlo. Saludos para todos, y en breve habrá más
PD: En general, Ucrania me sorprendió gratamente, no me esperaba un país tan bonito ni gente tan normal. Lo único que no hablan casi inglés, pero la infraestructura de este país se come a la polaca con papas, creo que les irá mejor en la Euro que a sus vecinos.
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