Hola amigos, ayer pasamos un día cojonudo explorando los alrededores de la ciudad. Tras un sábado tranquilito, decidimos madrugar un poco y tomar el autobusai 1 hasta el fin del mundo, es un viaje largo, en el cual vimos de todo, pero predominantemente solares y casas bastante reventadas. Un ratazo después, llegamos al fin de la ruta, un bosque nevado y nada cuidado en el cual echamos a andar sin saber muy bien a dónde, llegando a una construcción abandonada usada como basurero, y decidimos dar la vuelta. Cruzando un par de carreteras y las vías del tren vislumbramos nuestro objetivo: Kauno marios, una especie de lago con una exclusa para barcos que, actualmente se encuentra congelado.
Bajamos de aquella manera por una pequeña loma, hostia terrible de alguien del grupo incluida. Nos encontrábamos frente a una vasta extensión de hielo, de la cual no nos fiábamos demasiado, todo hay que decirlo. Lanzamos primero algún objeto contundente contra la capa helada para comprobar su integridad, y comenzamos a adentrarnos en el lago. Los primeros instantes eran un poco tensos conforme notábamos una delgada lámina crujir bajo nuestros pies, pero nos fuimos soltando poco a poco, y llegamos al primer agujero de pescador donde, con un palo, comprobamos que el espesor del hielo era suficiente como para aguantarnos sin problemas (más de 20 pescadores lituanos no pueden estar equivocados). Con la ilusión de cumplir uno de mis sueños de la infancia, el cruzar de punta a punta un lago helado, prosiguió nuestro avance, entre fotos, risas y miradas curiosas a la gente que por allí desarrollaba sus actividades (esquí de travesía, pesca, patinaje, ciclismo, incluso había padres con niños en trineo arrastrados por perretes)
A mitad del trayecto nos fijamos en cómo hacían los agujeros los pescadores, utilizando un berbiquí gigante. Así que, ni cortos ni perezosos, preguntamos a uno de los pescadores si nos dejaba el suyo para ver cómo funcionaba aquello, dando como resultado a 7 españoles haciendo agujeros cual idiotas en un lago helado. Cuando devolvimos la herramienta al simpático lugareño, nos ofreció un poco de té calentito, muy rico por cierto (al final me acabará gustando y todo) Así, entre nuestras chorradas como pianos y auténticas gilipolleces llegamos a la otra orilla del lago, success! Lo único que nos faltó fue tener unos patines para darnos una vueltecilla por allí, qué lastima.
Después nos tocó ir en busca del trolley 5 para volver a la civilización, donde planeamos ir a ver a Martica por la noche, porque como ya sabréis de anteriores capítulos, recientemente ha sido dada de alta del hospital y aún no puede salir demasiado a la calle, así que tras una tarde durmiendo la siesta (no funcionaba internet) nos plantamos en su casa, para hacer unos entrecots en la chimenea, acompañados de papas fritas y embutidos españoles. Una cena redonda, sí señor.
Así concluyó una jornada de hielo, exploración y sueños infantiles cumplidos
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